Ver sin ilusiones: cuando la poesía se vuelve testimonio vehemente en ‘Ver es para ciegos’
Leer a Alex Romero de la Osa Díaz es adentrarse en una memoria tan cruda e inevitable como necesaria. ¿Qué nos dice de nosotros como sociedad que un joven de dieciséis años haya tenido que escribir un libro como «Ver es para ciegos»? La pregunta me persigue mientras avanzo por sus páginas, porque estamos ante un testimonio que trasciende la literatura para convertirse en documento de una época que prefiere mirar hacia otro lado.
Su escritura se mueve entre la urgencia y la precisión, como quien trata de encontrar sentido a un pasado que desgarra el presente. Hay en cada verso la voluntad de nombrar lo imposible, de poner palabras en aquello que usualmente queda suspendido en la sombra. ¿No es esto, al final, lo que toda buena literatura debe hacer: iluminar aquello que preferimos no ver?
El poeta no ofrece consuelo ni explicaciones edulcoradas. Al contrario, se enfrenta a la realidad de frente, sin importarle el repliegue de quien no quiere mirar. Porque en esta obra la ceguera es una metáfora que denuncia una complicidad social quizás más dolorosa que la violencia misma. Como él mismo advierte en su nota preliminar: «la verdadera ceguera no está en la retina, sino en la voluntad de no ver».
La cadencia de la poesía de Alex recuerda a una conversación que se pierde entre el susurro y el grito, que se acerca y se aleja, que asoma la verdad sin adornos. Es una escritura que desafía y conmueve, que pone el cuerpo en palabras sangrantes, en imágenes que no se olvidan. Cuando escribe «Guardaste un océano en la garganta. / Ahora, cada ola que te tragaste está / impresa en estas páginas», está hablando no solo de su propia experiencia, sino de la de toda una generación que ha aprendido a callar lo que debería gritar.
Poemas como «No lo noté» o «El demonio y yo dados de la mano» son ejemplos donde la violencia se instala en el cuerpo y en la memoria, y el poeta logra transmitir con una claridad brutal esa experiencia interior y exterior. ¿Cómo se escribe sobre el trauma sin caer en la pornografía del dolor? Alex encuentra la respuesta en la transformación del sufrimiento en conocimiento, en la capacidad de hacer que lo individual se vuelva colectivo.
Pero no todo es un grito de dolor. También hay una fuerza que atraviesa las páginas, una resistencia que se afirma en la voluntad de contar y en la dignidad de la palabra. «36% (al borde del precipicio)» es el testamento de esa lucha, un balance entre la sombra y la luz, un lugar donde la estadística se vuelve carne y la palabra salva tanto como condena.
Me pregunto si no hay en estos poemas algo de lo que la literatura latinoamericana ha sabido hacer mejor: convertir el testimonio personal en denuncia social, transformar la experiencia límite en literatura que no solo conmueve sino que interroga. Alex pertenece a esa tradición, pero con una diferencia fundamental: donde otros testimoniaron sobre la violencia política, él testimonia sobre la violencia íntima, doméstica, esa que ocurre en el espacio que se supone más seguro.
Este libro de Alex no solo es una muestra singular de lo que la poesía contemporánea puede y debe hacer, sino un llamado a la acción, una invitación a no cerrar los ojos a las realidades incómodas y a romper los silencios que legitiman la violencia. Leerlo es aceptar la invitación a mirar, aún cuando nos duela, porque solo desde la honestidad y la confrontación es posible la esperanza.
Antonio Graña Ojeda