“Amor, suburbios y un figurante que te parte la cara: la redención sucia de Mituyo”
El mundo se divide, aunque usted no lo crea, entre quienes nacen dispuestos a que la vida les pase por encima y quienes, contra viento, marea y facturas sin pagar, se levantan cada mañana a tomar las calles por asalto, aunque sea solo para llegar al bar del barrio y cagarse en la rutina. Mituyo forma parte de estos últimos—de esos tipos duros porque no les queda más remedio. Porque en Potorromendi, que es como decir en el Bilbao más áspero y de escaleras con sudor ajeno, la gloria tiene más que ver con acertar a cerrar la puerta antes de que entre la lluvia que con salir a hombros de ningún sitio.
El libro de Ferreiro Valiño, El figurante y la estrella, es una novela escrita con las tripas, de ésas que no piden permiso, que despachan ternura y mala leche a partes iguales. Aquí el éxito es tan de saldo como las galletas de marca blanca y la dignidad anda siempre buscando una esquina donde resguardarse. Si espera usted carantoñas y lirismo de bata blanca, váyase quitando ilusiones. Ferreiro tira de verbo suelto, con nervio y mucha ironía, porque sabe que en la mesa del bar se lee mucho mejor la vida que en bibliotecas nobles.
La historia, más simple que el mecanismo de un botijo, pone frente a frente a Escarlata, esa actriz con nombre de cicatriz y brillo de plató gastado, y a Mituyo, chico de barrio y figurante de los de verdad, condenado a servir de decorado en su propio barrio y en cuanto plató de cine le pague las horas. El milagro—porque algo de milagro tiene el asunto—es que entre tanto desencuentro, figuración y gente con más anhelos que dientes en la boca, surge algo que nunca esperas encontrar en mitad del lodo: una historia de amor de esas que no se ponen de perfil, aunque duelan.
Ferreiro escribe de la rutina con inteligencia felina, sin parecer que le pese ni un poco—como quien sabe que todo héroe es antes un pringado al que no le queda otra que tirar para adelante. Aquí ni los ricos se libran de sus miserias (vean, si no, a Mark, multimillonario de fondo blando y alma de mendigo sentimental). Y Escarlata, entre ducha, bragas y recuerdos de una madre difunta y molesta, genera más magnetismo en un pestañeo que cien actrices en cartelera.
No falta el desfile de secundarios con tripa y alma—gente de bar, cuadrillas, chuchos babeantes, el himno del Athletic a deshoras y vecinos de los que es mejor tener de lejos porque si te tocan las narices, te las dejan bien planchadas. Y Ferreiro lo retrata como quien no sabe hacer otra cosa: con mala uva pero mucho respeto, con frases que, si te pillan en mala tarde, te arrancan la carcajada o la lágrima, según venga el viento.
¿Es esto una novela de amor? Lo es, pero una de las que no te salva por bonita, sino por real. Aquí se folla, se llora y se huye, a menudo en la misma página; no se ahorra Ferreiro la vulgaridad, el deseo ni los errores del cuerpo y la cabeza. Hay sexo, sí, pero sin photoshop ni luces tenues—sexo de pierna acalambrada y cama deshecha, que es al final el que da vida y rompe corazas. Y cuando se ama, también se duda, se claudica, se caga uno en todo lo sagrado y hasta se pide tiempo muerto si amenaza la inseguridad. Todo esto contado con la lengua astillada de quien ha conocido, además de mil derrotas, el raro privilegio de querer de verdad.
A lo largo del libro hay escenas para enmarcar—la bronca con la cajera, la cuadrilla salvando a su manera cada naufragio del protagonista, la cuadratura imposible de cuentas, emociones y la maraña de relaciones de barrio. La magia de la escritura está en que, entre tanta mediocridad perfectamente reconocible, la esperanza sale a flote sin empalagar, como un gato al que nadie logró ahogar.
El figurante y la estrella es, en suma, la historia de la vida con arrugas y chichones, contada a brochazos, con sinceridad y sin miedo a mancharse. Al terminar, uno entiende que los figurantes —los de verdad— pueden acabar llevándose la última ovación. Porque está bien eso de ponerse el mundo por montera. Pero a veces, lo heroico es atreverse a vivir y a amar, por humilde y por salvaje que sea el decorado.
Así que no diga que no le avisaron: si busca usted redenciones de mentira, pase de largo. Pero si le va lo honesto, lo sucio, lo que duele y consuela a partes iguales, este libro es su sitio. Y si todavía le queda un poco de ánimo, atrévase a leerlo en voz alta, con un vaso de vino al lado y el corazón agitado, igual que si oyese cantar la última canción a la puerta de cualquier bar.
Andrés García Pérez-Tomás