Cuando la poesía deja de ser poesía y se convierte en artefacto mental

He aquí un libro que no pide permiso para existir. Alabanzas de esto y de lo otro, de José Soriano Recio, es uno de esos textos que aparecen de vez en cuando para recordarnos que la literatura española no está del todo muerta, solo un poco aletargada entre tanta complacencia editorial. Digo esto porque estamos hartos de poemarios que parecen escritos con plantilla, donde la emoción viene envasada al vacío y la palabra exacta se sustituye por el gesto bonito. Soriano Recio, en cambio, no busca complacer. No le interesa que le entiendan de inmediato. Lo suyo es otra cosa: construir un lenguaje que piense, que se mire a sí mismo mientras te mira a ti, y que te obligue a leer despacio o a dejarlo en la mesilla con cierta inquietud.

El libro abre con unos cerditos de cuento que ya no son de cuento, con un lobo que huyó de Troya y con un caserón lleno de marcas de otras narrativas rotas. No es capricho. Es declaración de principios. Soriano Recio te avisa desde el primer poema que vas a entrar en un territorio donde los personajes han perdido sus cuentos, donde las formas geométricas condicionan la percepción y donde un lenguado adaptándose al fondo marino es, en realidad, un tratado sobre la memoria y la identidad. Porque resulta que este autor no usa los animales para hacer fábulas morales. Los usa como variables epistemológicas, como piezas de un laboratorio donde se prueban hipótesis sobre cómo conocemos, cómo recordamos y cómo el lenguaje nos construye mientras creemos que construimos con él.

Hay que decirlo sin rodeos: este no es un libro fácil. No porque sea oscuro o pretencioso, sino porque exige. Exige atención, paciencia y cierta disposición a que te descoloquen. Los poemas no cuentan historias al uso. Más bien plantean problemas: qué pasa cuando un triángulo condiciona el cielo, cómo se comporta una mente que solo se alimenta de conceptos, de qué forma la memoria es una catedral excavada en el cerebro, qué significa jugar cuando jugar es la única realidad posible. Y todo esto lo hace con una prosa poética que a veces parece matemática, a veces filosofía, a veces bestiario, a veces juego, pero que siempre funciona como artefacto que piensa.

Porque de eso va esto: de pensar. No de sentir bonito ni de conmover con la metáfora justa. Aquí las metáforas son operaciones lógicas. Un cerdito no simboliza la domesticación; es la domesticación. Un mono no representa lo liminal; lo ejecuta. Un lenguado que tuerce el ojo para ver el cielo no es imagen poética, es demostración de que cambiar las reglas del cuerpo cambia las reglas de la realidad. Soriano Recio ha leído a Wittgenstein, a Huizinga, a Caillois, y los ha digerido sin academicismo, sin pose erudita, simplemente dejando que esas ideas respiren dentro de la poesía y la transformen.

La sección central del libro, titulada «Alabanzas», es donde el asunto se pone serio. Aquí el autor se mete de lleno en la paradoja del lenguaje: cómo nombrar lo innombrable, cómo describir sabiendo que toda descripción es construcción, cómo habitar los límites del decir sin caer en el silencio ni en la palabrería. Cada alabanza es un poema que se mira a sí mismo, que cuenta sus propias palabras, que se convierte en sistema descriptivo que nace, crece, se reproduce y muere. Y no es juego gratuito. Es rigor filosófico disfrazado de poesía, o al revés, tanto da. Lo importante es que funciona, que te hace pensar, que te obliga a releer para entender cómo diablos ha conseguido que un poema sobre un envase de yogurt caducado te haga reflexionar sobre la relación entre lenguaje y experiencia.

He leído en los últimos años demasiada poesía que se conforma con emocionar, con decir lo justo para que el lector asiente y se sienta comprendido. Eso no está mal, pero tampoco es suficiente. La literatura, cuando funciona de verdad, incomoda, desplaza, obliga a repensar. Y este libro incomoda. Te saca de tu zona de lectura habitual y te mete en un territorio donde las reglas son otras, donde un poema puede repetir «punto recta» ciento cincuenta veces y eso no es locura sino demostración formal de un problema matemático. Donde personajes de distintos cuentos se cruzan en escenarios imposibles porque sus narrativas originales colapsaron. Donde la geometría no es decorado sino sintaxis del pensamiento.

No voy a decir que este sea un libro para todos. No lo es. Requiere lector dispuesto a jugar el juego que propone, a aceptar que la poesía puede ser laboratorio, que puede pensarse a sí misma sin dejar de ser poesía. Requiere también cierta paciencia con una prosa que a veces se enreda en sus propias ramificaciones, que no teme la repetición ni la estructura serial ni el poema que parece inconcluso porque su inconclusión es parte del sentido. Pero para quien esté dispuesto a entrar en esa lógica, el libro ofrece recompensas inusuales. Te devuelve la sensación de que la poesía todavía puede descubrir algo, de que no todo está dicho ni escrito, de que quedan territorios por explorar más allá del yo emotivo y la anécdota bien contada.

Soriano Recio ha escrito un libro raro. Y lo raro, en estos tiempos de uniformidad editorial, es casi un acto de resistencia. Un libro que no busca público masivo ni premio fácil ni reseña condescendiente. Un libro que simplemente existe porque tenía que existir, porque había algo que decir y la única forma de decirlo era esta. Con cerditos que han perdido su cuento, con lenguados que adaptan su percepción, con triángulos que condicionan el cielo, con monos que esperan junto a Huizinga y Estragón, con memoria excavada en catedrales topológicas, con lenguaje que se envasa a sí mismo y transforma lo que nombra. Todo eso está aquí, esperando al lector que sepa qué hacer con ello. O al lector que no lo sepa pero esté dispuesto a intentarlo, que al final es lo mismo.


Andrés García-Pérez Tomás

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