Cuando las palabras se desnudan
Me llegó este libro de Figu García y pensé que se trataba de alguna broma. «Prendas Íntimas (Catálogo Unisex)», decía la portada, y yo, que he visto de todo en esta profesión, me dije: «Aquí viene otro que confunde la provocación con la poesía». Qué equivocado estaba.
Resulta que José García Guadalupe —que así se llama en realidad este hombre— ha conseguido algo que pocos: hacer que un artificio literario funcione como un corazón. Porque eso es lo que es este poemario, un corazón que late disfrazado de catálogo comercial, con sus advertencias, sus instrucciones de lavado y sus ofertas de temporada.
Hay algo tremendamente honesto en la forma en que García aborda la intimidad. No es esa intimidad impostada que tanto se lleva ahora, esa confesión exhibicionista que confunde lo personal con lo íntimo. No. Aquí hay una verdadera desnudez, la que duele y la que sana. «Ocurre que, no siempre sé si escribo, o si me desvisto sobre una página en blanco», dice en el primer poema, y uno entiende inmediatamente que está ante alguien que sabe de qué habla.
Me gusta especialmente cómo maneja las referencias cultas. Schrödinger, Einstein, Dostoyevski aparecen en sus versos sin pedantería, como invitados naturales a una conversación sobre el amor y la existencia. En «Bajo las sábanas de Schrödinger» convierte la física cuántica en una metáfora perfecta para esas relaciones que existen y no existen, que son y no son hasta que alguien las mira. Es inteligente sin ser pretencioso, cosa que ya es un mérito en estos tiempos.
Y luego está el mar. Ay, el mar de García. No es el mar tópico de la poesía española, ese mar de postal que tanto hemos visto. Es un mar que se mete en las venas, que forma parte del ADN del poeta. «Si yo te hablara del mar te estaría mostrando, en todas mis lenguas, aquello que tú ya conoces», escribe, y uno siente que está hablando desde las tripas, no desde el manual de lugares comunes.
Los prospectos que incluye al final de cada sección son una genialidad. «Productos altamente inflamables, conservar lejos del pudor», advierte en la sección de Lencería, y uno sonríe porque entiende que detrás de la broma hay una verdad como un puño. García sabe que la poesía, cuando es de verdad, quema, incomoda, remueve. Y él no se esconde detrás de eufemismos.
Me ha emocionado especialmente su «Carta a Fiódor», donde le dice a Dostoyevski que ya no puede envidiarles porque «poco queda ya de aquel liberté, égalité, fraternité». Hay una melancolía política ahí, una nostalgia por un mundo que se desmorona, que me parece muy justa y muy necesaria. García no es un poeta que viva en una burbuja; tiene los ojos bien abiertos al mundo que le rodea.
Claro que no todo es perfecto. A veces la metáfora textil se fuerza un poco, especialmente en algunos momentos del «E=mc²» aplicado al amor. Pero son tropiezos menores en un libro que, en general, mantiene un pulso firme y una voz reconocible.
Lo que más me convence de este García es que no teme el sentimiento. En tiempos en que la poesía española anda a la defensiva, entre el intelectualismo vacío y la pose cool, él se permite sentir y hacer sentir. «Abrázame, por favor, abrázame», escribe sin rubor, y uno agradece esa valentía.
«Prendas Íntimas» es un libro que se lee con placer y se recuerda con cariño. García ha conseguido que su artificio conceptual no mate la emoción, sino que la potencie. Y eso, créanme, no está al alcance de cualquiera.
Antonio Graña Ojeda