La memoria como hilo conductor de una España plural
El Hilo Ibérico de Francisco Muñoz-Martín se inscribe en esa línea de obras que buscan comprender la identidad desde la fractura y la memoria, desde lo que somos y lo que hemos sido, desde las voces que nos construyen incluso cuando no las escuchamos. Este poemario, publicado con una ambición formal y conceptual notable, propone un viaje por la geografía española entendida no como mapa político sino como tejido vivo, como constelación de memorias que se entrelazan sin disolverse.
El autor, psicoanalista con función didáctica de la Asociación Psicoanalítica de Madrid, compositor musical y poeta, trae a su escritura una sensibilidad particular para lo inconsciente colectivo, para aquello que subyace bajo las palabras y las banderas. Su formación en psicoanálisis no es un dato menor cobra una especial intensidad cuando leemos versos que exploran conceptos como el narcisismo de las pequeñas diferencias, ese mecanismo freudiano que explica por qué quienes más se parecen se odian con mayor encono. Muñoz-Martín no teoriza, no da lecciones, pero su mirada clínica atraviesa el poemario como una luz oblicua que revela lo que permanecía en sombra.
La propuesta central del libro es a la vez sencilla y compleja España no como fusión sino como integración, no como uniformidad sino como tapiz donde cada hilo conserva su color mientras contribuye al conjunto. Es una metáfora que el autor desarrolla con coherencia a lo largo de toda la obra, visitando cada comunidad autónoma con una mirada que busca lo singular sin caer en el tópico, lo identitario sin derivar en lo esencialista. Andalucía aparece como madre nutricia que germina flamenco desde las cuevas del inconsciente, Euskadi como lengua que no se traduce sino que se respira, Galicia con su saudade que no paraliza sino que canta. Cada territorio recibe un tratamiento que equilibra lo histórico y lo simbólico, lo real y lo imaginado.
Lo que distingue a este libro de otros intentos de cartografía poética de España es su rechazo explícito a la nostalgia nacionalista y su apuesta por la elaboración del duelo. Término psicoanalítico que Muñoz-Martín conoce bien y que significa reconocer el dolor, mirarlo a la cara, y seguir adelante sin que nos paralice. España, sugiere el autor, tiene traumas sin elaborar la Guerra Civil, la dictadura, la represión cultural, el terrorismo, los conflictos territoriales que permanecen abiertos como heridas que supuran. El libro no ignora estos traumas, los nombra, pero no se regodea en el victimismo ni alimenta rencores. Propone, en cambio, coser lo roto, tender puentes, tejer conexiones.
El gesto multilingüe del poemario no es ornamental sino estructural. Muñoz-Martín traduce la totalidad de los poemas al catalán, euskera y gallego, con epílogos cantados en cada lengua. Este trabajo de traducción, realizado con traductores digitales especializados según reconoce el propio autor, representa un acto de reconocimiento simbólico. No se trata de dominar esas lenguas sino de darles el mismo espacio textual, la misma dignidad formal que al castellano. En un país donde el debate lingüístico permanece enquistado, donde las lenguas propias son vistas por unos como patrimonio y por otros como amenaza, este gesto tiene un valor performativo que trasciende lo literario.
La dimensión musical del proyecto añade una capa de complejidad y alcance. Los 21 poemas han sido musicalizados por el propio autor y cantados por vocalistas profesionales, accesibles mediante códigos QR integrados en el libro. Esta decisión no es caprichosa la música, como sabemos desde los griegos, llega donde las palabras no alcanzan, toca el inconsciente directamente sin pasar por la aduana del intelecto. Cuando se trata de identidad y pertenencia, que son asuntos tanto de razón como de afecto, la música se convierte en aliada indispensable.
Técnicamente, el poemario muestra un manejo solvente de los recursos líricos. Las metáforas sensoriales abundan sin saturar Andalucía con sus pies de cal encendida, Madrid como foguera de pasos y horizontes, Murcia en su sed que no se sacia sino que cultiva. El uso de la anfora y la repetición estructural crea ritmos que subrayan la insistencia, el martilleo de la memoria sobre el presente. Los versos libres permiten una respiración natural que huye del corsé métrico sin caer en la prosa disfrazada.
Sin embargo, el libro no está exento de limitaciones. En ocasiones, el lenguaje se vuelve excesivamente denso, saturado de símbolos que requieren conocimiento previo no solo literario sino también psicoanalítico. Un lector no familiarizado con conceptos como escisión psíquica o fantasías inconscientes puede sentirse ajeno a capas de sentido que el autor da por supuestas. Además, la voluntad de ser exhaustivo cada comunidad autónoma recibe su poema conduce en algunos momentos a cierta homogeneidad en el tono, como si la necesidad de equidad formal limitara las posibilidades de exploración estilística más arriesgada.
También resulta problemático, aunque comprensible, el uso de traductores digitales para las versiones en catalán, euskera y gallego. Por más especializados que sean estos programas, la traducción poética exige una sensibilidad para el matiz, la música y la connotación que ninguna inteligencia artificial domina todavía. Hubiera sido deseable contar con traductores humanos, poetas en esas lenguas, que pudieran trasladar no solo el contenido sino también el latido del verso original.
En términos de mercado, El Hilo Ibérico se sitúa en un espacio singular. No es un poemario convencional que aspire al circuito de pequeñas editoriales y lectores especializados, ni tampoco un producto comercial que busque el gran público. Su formato multilingüe, su dimensión musical, su ambición conceptual lo convierten en un objeto híbrido que podría interesar tanto a lectores de poesía comprometida como a educadores, mediadores culturales o instituciones interesadas en el diálogo territorial.
El momento de publicación no es casual. En una España fragmentada por polarizaciones políticas, donde el debate territorial vuelve a enconarse y donde la memoria histórica divide más que une, un libro como este propone una pausa, un espacio de respiro. Muñoz-Martín no ofrece soluciones mágicas el propio autor reconoce con humildad que esto es «solamente poesía». Pero la poesía, cuando es honesta y profunda, puede hacer algo que la política olvida crear condiciones simbólicas para que el diálogo sea posible, para que el otro deje de ser amenaza y se convierta en interlocutor.
La apuesta del autor por la integración frente a la fusión, por el reconocimiento mutuo frente a la uniformidad, por la elaboración del duelo frente a la repetición del trauma, tiene resonancias tanto clínicas como políticas. En el fondo, lo que Muñoz-Martín propone es una terapia colectiva a través de la palabra poética un espacio donde cada territorio pueda decir su verdad sin negar la del otro, donde la diferencia no sea problema sino riqueza, donde el tapiz se muestre en toda su complejidad cromática.
El Hilo Ibérico es, en definitiva, un libro necesario. No porque resuelva nada, sino porque plantea preguntas urgentes desde la serenidad del verso y la hondura del símbolo. En tiempos de griterío, su voz pausada y reflexiva es una invitación a pensar España de otro modo, a imaginarla no como problema irresoluble sino como proyecto inacabado que requiere, más que soluciones definitivas, paciencia, escucha y voluntad de encuentro.