La poesía como acto de resistencia en tiempos de fragmentación: una lectura de «Juguetes Líricos»

«Juguetes Líricos» de José Carlos Turrado de la Fuente constituye una apuesta radical en el panorama de la poesía española contemporánea. En una época donde el verso libre domina con hegemonía casi absoluta, donde la brevedad se confunde con intensidad y la fragmentación se erige como estética dominante, este poemario de más de ciento setenta páginas supone un gesto contracultural que merece atención detenida. No se trata de nostalgia formal ni de arqueología literaria, sino de algo más profundo: la defensa de la excelencia como posición ética frente al facilismo que permea nuestra cultura.

El libro reúne seis poemas largos construidos con rigor métrico absoluto, donde cada verso —todos, sin excepción— responde a patrones heredados de la tradición española: el romance octosílabo, el soneto endecasílabo, la décima espinela, la silva arromanzada. La «Fábula de Dulcinea», con sus quinientos setenta y cuatro versos en romance octosílabo manteniendo rima asonante perfecta, representa una hazaña técnica que sitúa a Turrado al nivel de los grandes versificadores del pasado. Pero la perfección formal no es ornamento sino estructura profunda que determina el significado del texto, como demostró el estructuralismo hace décadas y como el autor parece comprender visceralmente.

La memoria se hace presente en estos poemas con intensidad que trasciende lo anecdótico. Turrado recupera episodios históricos olvidados, como el sitio de Cartagena de Indias por Blas de Lezo, y les otorga dignidad épica mediante la silva arromanzada. El lenguaje se vuelve entonces instrumento de resistencia contra el presentismo cultural, esa enfermedad contemporánea que nos condena a vivir en un eterno presente sin raíces. Escribir en métrica clásica exige conocer toda la tradición poética española, dialogar con el Romancero medieval, con Lope de Vega, con Góngora, con García Lorca, estableciendo una conversación diacrónica que combate la amnesia colectiva.

La cuestión feminista atraviesa el poemario sin estridencias programáticas pero con lucidez penetrante. La «Fábula de Dulcinea» explora la invisibilidad femenina en el canon literario español, dando voz a quien fue siempre pretexto, nunca sujeto. El poeta utiliza formas tradicionales para vehicular contenido crítico contemporáneo, demostrando que la métrica clásica no está determinada ideológicamente por su origen, sino que permanece polivalente, abierta a significados nuevos. Esta operación dialéctica —tradición en la forma, radicalidad en el contenido— caracteriza lo que podríamos llamar tradición crítica, concepto que supera la falsa oposición entre anacronismo y vanguardia.

Lo que distingue a Turrado de la Fuente de otros poetas que ocasionalmente practican formas métricas es la sistematicidad de su proyecto. No se trata de sonetos aislados insertados en libros de verso libre, sino de una obra completa construida desde la convicción de que la forma métrica no es convención arbitraria sino sistema expresivo que genera capacidades cognitivas específicas: memoria de trabajo, concentración sostenida, planificación anticipada. En una cultura digital que erosiona estas facultades mediante la fragmentación atencional, la práctica de la métrica rigurosa funciona como gimnasia mental que entrena capacidades amenazadas por la transformación tecnológica.

El riesgo del elitismo acecha toda defensa de la excelencia formal, y el autor parece consciente de esta tensión. Pero existe diferencia sustancial entre elitismo excluyente y exigencia democrática: el primero desprecia al lector común, la segunda lo invita a elevar sus capacidades. Turrado no adapta su arte a un público fragmentado sino que propone al lector un desafío: recuperar la concentración profunda, la lectura sostenida, el placer estético de la musicalidad verbal. Esta posición ética rechaza la banalización cultural, ese proceso por el cual la cultura se adapta al consumidor en lugar de exigir que el consumidor se eleve hacia ella.

La poesía de Turrado de la Fuente dialoga con los maestros del siglo XX que también practicaron métrica rigurosa desde sensibilidad contemporánea: García Lorca en «Romancero gitano», Rafael Alberti en «Marinero en tierra», y más recientemente Luis Alberto de Cuenca y Aurora Luque. Pero su apuesta es más ambiciosa en términos de extensión narrativa y complejidad formal. Los poemas largos permiten desarrollos épicos y líricos que la brevedad hegemónica del micropoema contemporáneo imposibilita. «Juguetes Líricos» recupera así una tradición del poema narrativo extenso que parecía perdida, demostrando que aún puede decir cosas que otras formas no dicen.

El contexto de recepción condiciona inevitablemente la lectura de esta obra. En un campo poético donde más del noventa por ciento de la producción antologada utiliza verso libre, donde la enseñanza de la métrica ha desaparecido de los programas educativos, donde lectores jóvenes no distinguen un octosílabo de un endecasílabo, la perfección técnica de Turrado corre el riesgo de pasar inadvertida. Esta situación plantea cuestiones culturales de largo alcance sobre la transmisión de competencias literarias y sobre el tipo de relación que queremos establecer con nuestra tradición poética.

«Juguetes Líricos» constituye, en definitiva, una propuesta de resistencia cultural contra tres tendencias dominantes en la contemporaneidad: la fragmentación cognitiva producida por la economía digital de la atención, el presentismo que rompe vínculos con la tradición literaria, y la equiparación posmoderna de accesibilidad inmediata con valor democrático. La apuesta de Turrado de la Fuente es clara: la poesía como disciplina mental, como conversación intergeneracional, como defensa de la excelencia contra el facilismo. Una apuesta que, en el panorama actual de la poesía española, adquiere dimensión no solo estética sino ética y política en el sentido más noble de estos términos.

Antonio Graña Ojeda

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