Las palabras que llevamos en el bolso

El otro día vi a una mujer en el metro que rebuscaba desesperada en su bolso. Sacaba pañuelos arrugados, un boli sin capuchón, tickets viejos, caramelos pegajosos. La miraba fascinada porque reconocía en ese gesto algo profundamente femenino y universal: el bolso como archivo de la vida, ese desorden íntimo que nadie ve pero que dice tanto de nosotras. Y entonces me acordé de este libro de María Navas, Poemas en el bolso, que lleva en el título esa misma imagen tan cotidiana y tan poderosa.

Me acuerdo de cuando leí por primera vez «He borrado tu nombre del wasap / y toda nuestra historia se volvió una cifra». Sentí un escalofrío. ¿Quién no ha hecho eso alguna vez? ¿Quién no ha borrado un nombre creyendo que así se borra también el dolor, la rabia, la ausencia? María Navas escribe sobre las cosas que nos pasan a todas, pero lo hace con una precisión que te deja sin respiración. No hay artificio. No hay pose. Solo una mujer contando lo que le duele, lo que le falta, lo que la sostiene.

Hay un poema que me partió el alma. Se titula «Soledad de mariliendre» y habla de la muerte de un amigo gay. Dice: «No encuentro mi lugar en este duelo / porque más allá de la amistad, no tengo un nombre». Yo leí eso y pensé en todas las veces que los afectos que construimos fuera de la familia no tienen sitio en los protocolos del dolor. ¿Cómo llamas a ese vacío cuando pierdes a alguien que no era tu hermano pero lo era todo? María Navas le pone palabras a esa orfandad que no aparece en ningún formulario. Y lo hace sin sentimentalismo, con una rabia tierna que te abraza y te sacude a la vez.

Lo que me gusta de esta poeta es que no finge. No se pone la máscara de la artista atormentada ni escribe como si estuviera en un pedestal. Escribe como hablamos entre amigas cuando nos quitamos la coraza: «Mi piel es de uva, / con un roce se desuella». Esa vulnerabilidad sin vergüenza es lo que hace que sus poemas funcionen. Te reconoces en ellos aunque no hayas vivido exactamente lo mismo. Porque todas hemos querido tener una piel más gorda, «de lajas de pizarra / que brillen al sol», para aguantar mejor los golpes.

Y luego están los poemas que hablan del amor, ese amor del bueno que tanto cuesta encontrar. «Me da amor del bueno. / Bueno como el pan tierno / que venden en las tiendas hipsters, / del que no inflama las tripas después de haberte saciado». Me reí con eso. Porque es verdad, ¿no? Pasamos media vida tragando amores que nos sientan fatal, que nos hinchan, que nos dejan rotas. Y cuando por fin llega uno que no duele, que «calienta y no aprieta», casi no sabemos qué hacer con él. María Navas escribe sobre ese amor posible, el que no necesita drama para existir. Y en estos tiempos de precariedad emocional, donde todo parece diseñado para que nos hagamos daño, leer sobre un amor que sostiene sin apretar es casi revolucionario.

El libro es un viaje geográfico y emocional. Va del sur al norte, de la luz mediterránea a la niebla asturiana, del «rosa de las rosas rosas / en el jardín de mi abuela Margarita» a la Virgen de la Cueva en Infiesto. Pero sobre todo es un viaje hacia dentro, hacia esa extrañeza de quien se ha mudado de vida y ya no sabe quién es. «Un día despertó periférica y absurda, / sin entenderse en el espejo». ¿No les pasa a ustedes también? Esa sensación de haberse vuelto extraña en tu propia piel, de no reconocerte cuando te miras.

Hay un poema que se llama «Ahora callo» y es demoledor. Habla de todas las palabras que te tragas, que «circulan solas, de mi cabeza al estómago, / sin detenerse en los labios». Todas hemos vivido eso: el silencio impuesto, el silencio elegido, el silencio que enferma. «Tengo muchas palabras. / Lo que no tengo es voz». Esa última frase es un puñetazo. Porque tener palabras y no tener voz es la historia de demasiadas mujeres, la nuestra y la de nuestras madres y la de nuestras abuelas.

María Navas escribe también sobre la maternidad truncada, sobre ese hijo que no llegó pero que habitó una cuna sin llegar a abrigar en ella. Lo hace con una delicadeza brutal, sin caer en la autocompasión ni en el dramatismo vacío. «La ropa de tu cuna / no te abrigaba». Son poemas que duelen físicamente, que te obligan a mirar lo que casi nadie quiere ver.

Me gusta que haya decidido llamar al libro Poemas en el bolso y no Poemas del alma o cualquier otra cosa grandilocuente. Porque los poemas en el bolso son esos que viven con nosotras entre lo urgente y lo olvidado, entre el chicle rancio y el caramelo pegajoso, entre la lista de la compra y el boli sin capuchón. Son poemas que respiran nuestro mismo aire contaminado de ciudad, que huelen a metro y a prisa y a café frío. No están en una urna de cristal. Están donde tiene que estar la poesía: en medio de la vida.

No sé si este libro les cambiará la existencia. No sé si después de leerlo verán el mundo de otra manera. Lo que sé es que María Navas ha escrito algo verdadero, sin imposturas, sin trampas. Y en un mundo literario lleno de poses y de gente que escribe como si quisiera impresionar a un tribunal de eruditos, encontrar una voz así es un alivio. Una voz que habla como hablamos, que siente como sentimos, que sangra como sangramos.

Ana María Olivares

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