LOS DÍAS QUE NO BRILLAMOS Y ESTÁ BIEN

Me llega Renacida en mi calma de Lucía García Ramos y me pasa lo que me suele pasar con ciertos libros: los abro con cierta prevención, con ese recelo de quien ya ha leído demasiada poesía que promete sanación y acaba sonando a manual de autoayuda mal versificado, y de repente me encuentro subrayando versos, asintiendo con la cabeza como una tonta, reconociéndome en experiencias que creía solo mías. Porque eso tiene la buena poesía, ¿no? Que te hace creer que alguien ha estado husmeando en tus cajones cuando no mirabas.

La autora es joven, nacida en el año 2000, de Jumilla, y este es su segundo poemario después de Ama desde tus adentros. Pertenece a esa generación que ha crecido entre crisis, trabajos precarios y la dictadura del postureo en redes sociales. Una generación a la que le ha tocado construirse sola porque las estructuras que sostenían a sus padres ya no existen, o existen mal, o de forma tan intermitente que no te puedes fiar. Y se nota en los versos. Cuando escribe «Soy el lugar donde descanso, / el refugio que tantas veces busqué afuera», no está haciendo poesía bonita. Está documentando una necesidad real, urgente, de convertirse en casa propia porque fuera no hay dónde cobijarse.

El libro está organizado con una pulcritud que se agradece: cinco secciones, veinticinco poemas, cinco por sección. Renacer, Raíces, Alas, Puentes, Horizontes. Podría parecer demasiado calculado, demasiado perfecto, pero funciona porque García Ramos entiende que el caos emocional necesita estructura para no ahogarse en sí mismo. Es como cuando ordenas tu habitación no porque seas una maníatica del orden sino porque necesitas encontrar algo en medio del desastre. La estructura de este libro es eso: una forma de no perderse mientras exploras territorios que dan vértigo.
Lo que más me gusta de este poemario es que no te engaña. No te promete que vas a renacer para siempre y convertirte en una versión mejorada e infalible de ti misma. No te vende esa felicidad de anuncio de yogur que tanto se estila ahora. García Ramos es más honesta que todo eso. En cada sección, justo cuando ya te estás creyendo el cuento del crecimiento personal, aparece un poema que te dice: espera, que tampoco es tan fácil. «Los días que no soy luz», «Cuando me permito caer». Y ese gesto, ese reconocimiento de que hay días en que no puedes con todo y está bien, me parece más valiente que todos los discursos motivacionales que nos bombardean.

Hay un verso que me ha quedado grabado: «Hay días que no puedo, / y está bien». Cinco palabras que desmontan toda esa presión terrible de tener que estar siempre bien, siempre luminosa, siempre radiante. ¿No estamos hartas ya de esa exigencia? ¿De tener que fingir fortaleza constante como si fuéramos superheroínas de cómic? García Ramos te da permiso para ser humana, para caerte, para no llegar algunos días. Y ese permiso, créeme, es más necesario de lo que parece.
La autora tiene un don para convertir lo abstracto en algo que puedes tocar. No hace esa poesía de conceptos flotantes que no sabes muy bien qué quieren decir. Escribe «Me quito la piel que ya no me sirve» y sabes exactamente de qué habla porque tú también te has quitado pieles que ya no te servían, aunque no supieras ponerle palabras. Escribe «Me temblaban las manos / pero la voz salió firme» y reconoces esa sensación de miedo físico y determinación simultánea, esa contradicción que es pura verdad. Escribe «He cargado piedras que no eran mías» y piensas en todas las veces que has cargado con expectativas ajenas, con dolores heredados, con responsabilidades que nunca te correspondieron.

El lenguaje es sencillo sin ser simple, que no es lo mismo. García Ramos no necesita palabras rimbombantes ni metáforas rebuscadas para decir cosas importantes. Habla claro, como quien te cuenta algo importante en una conversación de sobremesa, pero sin perder la intensidad poética. Usa imágenes que todos entendemos: la casa, las raíces, las alas, los puentes. Son metáforas viejas como la poesía misma, es verdad, pero ella las hace suyas, las habita desde su experiencia, les da una vuelta que las renueva.

Me gusta especialmente cómo trata la memoria de Benedetti. En el último poema escribe «Recuerdo a Benedetti, / la alegría se defiende». No es una cita pedante para demostrar que ha leído, es más bien como invocar a un maestro cuya voz te sostiene cuando la tuya flaquea. Y tiene sentido, porque Benedetti también escribía esa poesía directa, sin artificios, que te habla al corazón sin pasar por el manual de instrucciones. García Ramos se inscribe en esa tradición de poetas que prefieren ser entendidos antes que admirados por su complejidad.
Ahora bien, no todo es perfecto. El poemario tiene sus limitaciones y sería trampa no mencionarlas. Todos los poemas hablan desde la misma calma, desde esa serenidad de quien ya ha procesado el dolor. Y a veces echo de menos el durante, el caos sin resolver, la rabia en bruto, la confusión que todavía no tiene nombre. García Ramos escribe desde el después de la tormenta, cuando ya has limpiado los cristales rotos y puedes mirar el desastre con perspectiva. Y está bien, pero también me pregunto qué pasaría si se atreviera a escribir desde el centro mismo de la tormenta, cuando todavía no sabes si vas a sobrevivir.

También es cierto que formalmente no hay mucho riesgo. El verso libre que emplea es efectivo pero conservador. No juega con la disposición visual de los poemas, no rompe ritmos, no experimenta con formas que nos saquen de la zona de confort. Es poesía que se lee fácil, que fluye sin obstáculos, y eso está bien para lo que pretende, pero a veces me gustaría que se atreviera a poner alguna piedra en el camino del lector.

Y luego está esa cosa que me incomoda un poco: todo es muy personal, muy íntimo, muy hacia dentro. No hay ni rastro de lo político, de lo social, de las estructuras que nos condicionan. Como si bastara con trabajarse a una misma para resolver problemas que tienen raíces colectivas. Entiendo que no es ese el libro que quería escribir, que su búsqueda es otra, pero en alguien de su generación, tan golpeada por la precariedad estructural, esa despolitización total me llama la atención. Aunque quién soy yo para decirle a nadie sobre qué debe escribir.
Pero estas objeciones no invalidan lo que el libro tiene de valioso. Para muchas lectoras, especialmente mujeres jóvenes que están atravesando procesos de reconstrucción personal, este poemario puede ser exactamente lo que necesitan. Esa validación de que no estás loca, de que otras han pasado por lo mismo, de que hay palabras para experiencias que parecían innombrables. La poesía también sirve para eso, para acompañar, para sostener, para recordarte que no estás sola en el desastre.

Me acuerdo de cuando tenía veintitantos años y necesitaba desesperadamente libros que me dijeran que era normal sentir lo que sentía, que no había una sola forma correcta de ser mujer, que podías caerte mil veces y levantarte mil y una. Este libro habría sido importante para mí entonces. Y sé que será importante para muchas lectoras ahora. No porque sea una obra maestra que entrará en todas las antologías futuras, sino porque es un libro honesto escrito desde necesidad real.
García Ramos no finge saberlo todo, no adopta pose de gurú que tiene todas las respuestas. Simplemente comparte su proceso, sus descubrimientos, sus recaídas. «Me hago un café, / me quedo quieta / y dejo pasar las horas», escribe en uno de los poemas. Y esa imagen doméstica, pequeña, casi insignificante, contiene toda una filosofía del autocuidado que no necesita ser espectacular para ser efectiva.

Lo que me llevo de este libro es precisamente eso: el permiso para ser pequeña, para no brillar todos los días, para caerme sabiendo que mañana volveré «el doble de clara, / el doble de yo». Ojalá más poetas jóvenes escribieran con esta honestidad, sin pretender ser lo que no son, sin vendernos curaciones milagrosas. Ojalá más libros nos recordaran que está bien no estar bien siempre, que la vulnerabilidad no es debilidad sino parte de la experiencia humana.

Renacida en mi calma no va a revolucionar la poesía española, pero tampoco pretende hacerlo. Es un libro que acompaña, que sostiene, que valida. Y en tiempos de tanto ruido y tanta exigencia, esa calma que propone el título se agradece. Lucía García Ramos es una voz que seguir, una poeta que escribe desde verdad y no desde pose. Su camino apenas empieza y será interesante ver cómo evoluciona, qué nuevos territorios explora, si se atreve a adentrarse en zonas más oscuras y complejas. Pero mientras tanto, este segundo poemario cumple con lo que promete: recordarnos que renacer no es dejar de caerse, sino aprender a levantarse cada vez con un poco más de nosotras mismas.

Y eso, créeme, ya es bastante.

Ana María Olivares

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