Descripción
Alfonso empieza desbarriendo la casa, esconde tarros de rutinas inverosímiles detrás de las puertas, en el alféizar, se está riendo de todo con la seriedad propia de quien se ha bajado del carro de las normas y le ha echado un vistazo al día a día con una mirada tan sincera como suya. no pretende nada más que lo que dice. él es así. así son las horas que no entienden de deberes. el tiempo está ahí en el desayuno, el trabajo, las mentiras comunes en las que nos escondemos y de las que él reniega.
Después llega Bolo para descolocarlo todo en esa manera suya tan particular de ordenar las cosas de caos. para hacernos reír primero tiene que abrir nuestros cajones, entrar en ellos, observar todas las lágrimas que no nos atrevemos a llorar y menear la cabeza mientras con la batuta barrunta el ritmo justo en que lo que no entendemos se vuelve parte nuestra y alcanza como de pasada un tono capaz sin embargo de estallar y tocarnos la fibra, una, la que sea. tiene mucho trabajo bolo, porque nosotros no queremos hacer ese trabajo y a él le resulta tan fácil que compartir lo ilógico a modo de coherencia es un regalo que no le cuesta nada darnos.
Sergio se ocupa de las resurrecciones, sabe de ellas, porque sabe por dónde se toca fondo y cómo retumbar en el final de una frase para llegar adentro, abrir compuertas, es lo suficientemente fuerte como para sacar el coraje de todos sus yoes más desamparados, los más proscritos, los que están aún más allá del pensamiento, en la sangre misma, en la historia de la historia y en el temor más básico de la vida y decirnos eh, estoy aquí, yo también soy malo y bueno y hombre y niño, yo también tengo miedo y tengo ganas de tocar acordeones que ya están muertos para sacar las luces de la noche a relucir entre tus dientes, eh, yo sé que hay un lugar en que no te conoces ni a ti mismo, y es por ahí que hay que empezar si quieres conocer el lado más indigno de todas las cosas y darte el lujo de poder elegir.